viernes, 7 de octubre de 2011

El final fue donde aquí

Me dijiste que esto del bisturí no daba (para) más. Que yo era demasiado grande. Hasta llovía afuera cuando te ibas. Esta relación no daba para más. Era compleja. Mientras recalculabas y hablabas con espectros bondadosos de piedad, yo te malgastaba el crédito de tu inocencia abdominal. Y así no daba, ¿no? Como una virgen de los condenados vos ibas caminando entre panes salados y alcachofas relucientes (ocres). Pero tus pasos ya eran cansinos. Y, justamente, al casino yo iba. Malgastaba más tu inocencia, perdón. ¿Qué querés? Perdón sólo te puedo dar y pedir, si no tengo un mango pelado. Peluda era tu vieja, como una orangutana malgastada otra vez en el pasado. Chirriaba y gemía por su vanidad perdida. Y yo te seguía llevando en partes por el casino del existencialismo. Tu boina una vez se trenzó con un patovica, y ahí fue cuando quedaste marcada. Te marcaron para que no volvieras más, pero yo te "contrabandeaba", te portaba en mi capucha o en mi pantorrilla. Hasta ese día. Todo fue inútil. No gané, te rajaron, te apalearon, y a mí me sacaron los euritos que había ganado en la quiniela equina. Y bueno, te dije que era complicado y ahí me dijiste que no ibas más, que tus manos no acompañarían más a las mías, que tus caniches de cemento ya no le hablarían a mis orejas, en fin, que tus maniquíes del tiempo relativo ya no sujetarían las manos de mis verdes robots oxidados. En-fin.

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